domingo, 23 de noviembre de 2008

Simone de Beauvoir: El poder de la palabra


Mariella Sala

“Escogí la literatura porque tenía ganas de ser querida. A los 18 años, mientras leía un libro de George Eliot, soñaba con ser apreciada algún día del mismo modo; en ese entonces me gustaba Eliot. Si he terminado escribiendo novelas, en lugar de ocuparme, por ejemplo, de filosofía, es porque quería emocionar, hablarle a la gente al oído… Es tal vez una forma de vanidad, ciertamente…” (Le Nouvel Observateur, 1979).

Siempre me ha parecido enigmática esta declaración que hizo Simone de Beauvoir en 1979, porque muestra que la percepción que tenía la escritora, sobre su propia obra, dista mucho de la de sus miles de lectoras. En principio, Simone no es recordada ahora precisamente por las novelas, sino por las ideas que dejó sembradas en sus ensayos y testimonios, los cuales lograron impactar en las vidas de millones de mujeres en el mundo. Si logró emocionar y logró hablarle a la gente al oído, fue a través de la creación de una obra en la que vida y escritura no parecen diferenciarse.
A pesar de lo que se propuso, la obra de Simone trasciende la literatura, entendida como ficción, que es solo una de las expresiones de lo que yo llamaría una filosofía de la escritura y que ella eligió como su forma de estar en el mundo. En esta propuesta filosófica, la escritura organiza no solo la vida de la mente sino la propia existencia. Por eso llama la atención que ella se viera principalmente como una escritora de novelas, dejando a Sartre, supuestamente, el campo de la filosofía.
Algunas autoras, como Rosa Montero o Adriana Valdés, interpretan, de la lectura de Memorias de una joven formal, que esta decisión estaría relacionada con la superioridad intelectual que ella reconocía en Sartre y que, por lo tanto, a pesar de ser ella misma una filósofa se relegaba al género menor de la novela. Sin embargo, la cita que hemos reproducido no concuerda con esta versión y pensamos que, por el contrario, la vocación de Beauvoir se inclinaría más por el mundo de la imaginación literaria, según escribe en La plenitud de la vida :

“Nunca olvidaré la tarde de otoño en la que paseé alrededor del estanque de Berre contándome el final de mi libro. En la penumbra de una sala, Geneviéve, con la frente contra el vidrio, miraba encenderse los primeros faroles mientras un gran tumulto se aplacaba en su corazón y entraba en posesión de sí misma: las marionetas yacían sobre el diván. Evocando ese mundo ilusorio me parecía elevarme por encima de mí misma… Nunca proyectos de ensayos o de artículos me han dado esa exaltación que resucitó cada vez que me entregué a lo imaginario” (La Plenitud de la vida: 109 -110, 2006)

Se trataría entonces de una auténtica vocación literaria que, sin embargo, se expresaría mejor no a través de la ficción ni la imaginación sino del relato autobiográfico.
“Tengo ganas de escribir; tengo ganas de frases sobre el papel, de cosas de mi vida puestas en frases”, (La plenitud de la vida, 27: 2006) había escrito en su diario. Estas cosas de “su vida” constituyen prácticamente el hilo conductor de toda la obra de Beauvoir.

De allí que sus novelas o la literatura de ficción no sean hoy tan apreciadas como sus Memorias[1]; pero tampoco podemos decir que sus novelas, que fue lo primero que publicó[2], fueran totalmente ficción. Hablamos especialmente del caso de La Invitada y Los Mandarines, cuyos personajes son fácilmente reconocibles en el círculo intelectual en el que participaban ella y Sastre. Salvo por el género adoptado, estas novelas también podrían haber conformado una suerte de autobiografía.
El segundo sexo es un caso aparte; su escritura representó para Beauvoir un trabajo fácil comparado con el que le demandaba su trabajo literario. Como dice la biógrafa, Hazel Rowley: “para ella fue mucho más fácil escribir esta obra que una novela. La ficción implicaba escribir desde un punto de vista preciso y demandaba una cantidad considerable de energía emocional” (294: 2006). En cambio El segundo sexo, solo exigía “investigación, una mente lúcida y capacidad organizativa” y ella “estaba bien entrenada para eso” (294: 2006). Lo que quiere decir que, a pesar de que sentía vocación por la literatura, ella estaba más dotada para la investigación y la reflexión.
Tanto las novelas, como los ensayos y las memorias, comparten un mismo horizonte en la obra de Beauvoir: narrar la experiencia humana a través de la propia vida. Cuando se trata de una mujer, y en especial en el contexto de los años cincuenta, esta narrativa se convierte en una verdadera revelación. Así, la literatura de Beauvoir realiza el develamiento de algo que ha permanecido oculto, como bajo el tul de las cortinas que esconden a los otros la intimidad del hogar. Para los griegos, el término develamiento, aletheia, era el sinónimo de verdad. Beauvoir, como escritora, buscaba esa verdad en ella misma. Y, al hacerlo, construyéndose a sí misma a través de la identidad entre vida y escritura, construyó para las mujeres aquello que había sido inexistente a nivel simbólico: otra forma de ser mujer, la que conocemos ahora como la mujer independiente, autónoma que recusa a la naturaleza e ingresa al mismo nivel de los hombres a la razón ilustrada.
El acto de recordar de las memorias y el reconstruirse a sí misma, parece ser el elemento indispensable en esta propuesta en la que se pretende registrar el presente y mantenerlo intacto. La vida no existe sino se la escribe y se la describe. Los tiempos no siempre concuerdan, y lo escrito tiene que reflejar el momento, la intensidad de un instante fugaz de la vida, no siempre coherente y racional como la escritura misma. Es la búsqueda de la verdad que solo puede encontrarse en la escritura, con su lógica racional.
“Lo malo, cuando uno se entrega a una labor de largo aliento y compuesta con rigor, es que antes de haberla terminado deja de coincidir con ella: no puede ser puesto en ella el momento presente” (La plenitud de la vida: 387: 2006), se lamenta Beauvoir al referirse a su primera novela. “Empecé La invitada en octubre de 1938, la terminé a principios del verano de 1941; en el camino, acontecimientos y personajes reaccionaron los unos sobre los otros; los últimos capítulos me llevaron a revisar los primeros, cada episodio fue tomado de nuevo a la luz del conjunto; pero esas modificaciones obedecían a exigencias internas del libro: no reflejaban mi propio evolución; solo pedí a la actualidad préstamos completamente accesorios. La novela había sido concebida y construida para expresar un pasado que ya estaba superando: justamente porque yo estaba volviéndome muy distinta de lo que pintaba, mi verdad de hoy no tenía allí su lugar” (La plenitud de la vida: 387: 2006)
Realidad o ficción, la mayor creación literaria de Beauvoir fue su vida, la que hizo real en el proceso de la escritura.
Quiero contarlo todo, testimoniarlo todo, dice en sus memorias. Escribe sobre su vida, escribe sobre cómo escribe sus novelas, escribe sobre sus amantes, especialmente Sartre y Nelson Algren pero también sobre Bost, a quien le dedica El segundo sexo, y sobre Lanzmann, quien fue el primer hombre con quién vivió; y también sobre Wanda y Olga, entre la cantidad de amantes suyos y de Sartre. En resumen, escribe sobre lo que no se escribe: lo privado. Aquello que deberá permanecer oculto bajo el tul de la intimidad. ¿Es esta su manera de susurrarnos al oído?, ¿qué es lo que pretende?, ¿contar su vida y al mismo tiempo crear una imagen pública de sí misma, y de Sartre? Su narrativa expresa sus opiniones, sus sentimientos, sus gustos; es una literatura del yo. Especialmente en sus memorias, el yo es el protagonista y fuente de todo discurso. Lo que hace de ELLA la principal protagonista de todas sus obras.
En ella, autora y personaje se retroalimentan. Es un camino que intenta construir un nuevo paradigma de mujer.
Como lectoras/es podemos preguntarnos: ¿quién construye a quién en la obra de Beauvoir? La narradora construye a la autora, la autora construye un personaje. La persona literaria construye a la persona real y esta la convierte en leyenda al actuarla en la vida pública. Se traslada lo privado de la lectura a lo público del espectador. Esta es la clave de la obra de Beauvoir. Es escritura que se realiza en la vida. Escritura que se constituye en símbolo y otorga sentido a la vida real. Es el poder de la escritura.
Más que la roman a clef que parece practicar en sus novelas, la escritura de Beauvoir está encarnada en su posibilidad de ser. “Obsesiva, memorialista, siempre escribiendo y razonando sobre el monotema de sus experiencias íntimas… intentó edificar su personalidad como un logro histórico y literario” (Historias de Mujeres, 1995) se queja de ella Rosa Montero. Pero es precisamente este particular modo de ejercer la escritura lo que hizo de Beauvoir un caso único. Escribió sobre su vida y, al hacerlo, se inventó a sí misma.
De esta manera Beauvoir propone un nuevo modelo, especialmente a la generación de los 60 y 70, a través del cual mirarse y pensarse. Demuestra con su vida la posibilidad de otras formas de relación amorosa, cuestiona el matrimonio como institución hegemónica y desafía la maternidad como destino de la mujer. Sin embargo, su influencia no hubiera sido la que es sino hubiera suscrito con cada frase de su copiosa obra cada instante de su vida. Sin la escritura, ¿hubiera tenido el poder de iniciar un cambio simbólico de lo que entendemos hoy por el ser mujer?
A pesar de las críticas a su supuesta mentalidad masculina, a su amor incondicional a Sartre y a su reconocimiento de la superioridad de él sobre ella, Beauvoir pudo convertirse en un símbolo para la mujer, gracias a su “capacidad para construirse como persona” (Historias de Mujeres,1995). Como dice Montero: “Simone enseñó que la mujer podía ser por si misma, además de estar con la pareja que fuese” (Historias de Mujeres, 1995)
Aunque no a través de la ficción, Beauvoir le susurró como quería al oído de cada mujer de su generación y logró emocionarlas, tal como lo experimentó ella misma cuando leyó a los 18 años a George Elliot. Gracias a ella, pudimos iniciar la deconstrucción de los roles que nos sometían a un destino único, por el hecho biológico de ser mujeres, y aspirar a la libertad en el amplio sentido de la palabra.
Resumiendo podríamos decir que:
0. Si la escritura es un medio para describir el mundo y comprenderlo, en el caso de Simone de Beauvoir lo fue para hacerse ella misma. A través de la narración fue elaborando el discurso que sustentó su identidad. A través de la escritura ella se construyó a sí misma. Su deseo -y voluntad- de ser una mujer libre, única y autónoma fue posible gracias al poder que asumió al escribir sobre su propia vida.
1. Fue la escritura quien la construyó, ella se hizo a sí misma sin tener un modelo de ser mujer, ella misma era su propia creación para convertirse después en un modelo a seguir para la generación de los 70. Narrando su propia vida se volvió emblemática de una nueva forma de ser mujer
2. Su lectura, como dice ella misma a propósito de El segundo sexo fue “un éxito más bien privado”. Es decir, sigue susurrándonos al oído
3. Intentó una coherencia entre su vida y su literatura. Quizás por su afán de identificar su vida al proceso de la escritura -donde la coherencia es la esencia- ella asumió el reto de la coherencia entre razón y acción. Junto a Sartre pusieron en marcha una ética de la autenticidad de corte kantiano: Elegir los principios y vivir de acuerdo a ellos. En eso reside la fuerza moral de Beauvoir, quien encarnó como ninguna mujer los ideales de la autonomía y la libertad.
4. Aunque dicen que ella escogió la literatura para dejarle la filosofía a Sartre, ella intentó una filosofía del ser mujer, una filosofía de la escritura como construcción de una nueva identidad femenina. Una filosofía de vida para la mujer libre a través de su propia práctica.
5. Tomó los conceptos de la filosofía: la moral kantiana, la dialéctica amo-esclavo de Hegel, la libertad del existencialismo y la interrogación por la existencia de Heidegger; además del deconstructivismo de Nietszche, para erigir una propuesta de autonomía para las mujeres. Sexo, matrimonio, pareja, soledad, fueron resemantizados bajo el horizonte de la libertad de la mujer. Desafió la domesticidad en la época que con más fuerza se quería regresar a las mujeres a las tareas domésticas y de reproducción, instándolas a encontrar la felicidad en la modernidad de los electrodomésticos. Frente a esto, ella propuso su derecho a la soledad, a autodeterminarse y puso en ello su cuerpo, su vida y la palabra escrita. Ese fue el único poder por el que luchó.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Beauvoir, Simone de
2005 El segundo sexo. Buenos Aires: Debolsillo [1949]
2006 La plenitud de la vida. Buenos Aires: Debolsillo[1960]

Montero, Rosa
1995 Historias de mujeres. Madrid: Alfaguara.

Rowley, Hazle
2006 Sartre y Beauvoir. Barcelona: Lumen
Valdés, Adriana1999 El segundo sexo: cincuenta años después. En:Ediciones de las Mujeres No. 28 Santiago: Isis

[1] Sus memorias empiezan con la célebre Memorias de una Joven Formal (1958) y continúan con La plenitud de la vida (1960), La fuerza de las cosas (1963), Una muerte muy dulce (1964), La vejez (1970), Final de cuentas (1972) y La ceremonia del adiós (1981).
[2]La Invitada (1943), La sangre de los otros (1945), Todos los hombres son mortales (1946), Los mandarines (1954), Las bellas imágenes (1966) y La mujer rota (1968).

3 comentarios:

Anónimo dijo...


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